Monday, August 27, 2007

Los bolsillos vacios

Meto mis manos, me pregunto dónde quedaron las cosas que caben en un bolsillo. Todos mis alumnos en un racimo, las llaves de casa, las monedas y los billetes, la cartera.
Sólo quedan debajo mis muslos: se tensan y distensan con mis pasos.
No hay nada peor que cuatro bolsillos vacíos, que una calle por la que vas sin mirar con fijeza a nadie, como ver un río con la mirada en otra parte.
Me pregunto si es mi culpa que hayan quedado vacíos o si son cosas que pasan, como mis amigos. Quiero saber cómo llenarlos pero parece difícil:
un cuarzo de la buena suerte irritaría mis muslos
una piedra peor, los recuerdos no parecen suficientes
no tengo llaves, ni dinero. Tengo mis manos pero ellas sólo buscan cosas ahí dentro, no se sienten como un peso, son ellas las que me dicen que están vacíos y que eso debe sentirse horrible. Que robe un banco. Que busque una mujer adinerada, que me meta a un curso de superación personal y sea exitoso. O que trabaje...

La sugerencia del cuarzo, fue de un motivador profesional.
Lo de la piedra fue de una señora esperando la ruta.
Lo de robar banco, de la tía Dora y de mis manos
Lo de la mujer adinerada es de mi hermano
Yo propuse lo de la superación personal, lo del trabajo mi papá...

Monday, August 20, 2007

Histri-oria

Damian Dávalos había dejado su último trabajo y se disponía, con todas las ganas del mundo, a conseguir otro. Era una clara mañana de jueves. Dávalos se miraba al espejo y, con gusto, se hacía el nudo de la corbata. Por fin había logrado peinar el horrible gallo que muchos años lo distinguió.

Damián salió a la calle y tomó un ruta 5.

El ruta 5 lo llevaría a su primera entrevista de trabajo. Iba algo llena y muchas de las personas se le quedaron viendo cuando subió. La verdad es que el traje iluminaba el pesero, y seguramente –pensaba Damián– la gente que lo veía de esa manera, era porque envidiaba su hermoso conjunto gris.

Tras varias calles, dos semáforos en verde y uno en rojo, un señor que estaba sentado al fondo del camión se acercó y le preguntó, tomándolo por sorpresa:

–Discúlpeme, buen hombre, pero tengo la inevitable inquietud de hacerle una pregunta.

El corazón de Damián Dávalos arrojó una sonrisa en forma de rubor.

–Dígame –dijo, y ya pensaba en darle el nombre de la tienda que vendía esos trajes.

–¿No es usted, acaso, el payasito Mandibolón?

Una señora que iba al frente escuchó la conversación de estos dos personajes y de inmediato volteó:

–Ya decía yo –dijo– que lo había visto en alguna parte. ¡Pero si es usted el gracioso payasito Mandibolón! Estuvo en la fiesta de mi sobrinita, María.

Algunos de los demás pasajeros también murmuraron algo parecido a un "sí, claro, pero si es igualito, sólo que sin su cara pintada y su hilarante gallo".

Faltaban pocas cuadras para llegar al trabajo cuando esto sucedió, así que exMandibolón se bajó de inmediato. Trabajó tantos años en peseras y fiestas infantiles que la gente ya lo identificaba en cualquier parte de la ciudad, y como nunca salía sin su atuendo, no se había percatado de ello. Durante aquellos años lo ignoraban cuando iba por la ciudad porque lo veían como parte de la escenografía citadina, pero ahora que había cambiado llamaba mucho más la atención.

ExMandibolón llegó a la puerta de Pigmentos y Oxidos –Dávalos había estudiado ingeniería química–, se quedó un rato con la mano sujetando la manivela. Damián quería ser una persona ordinaria, estudió con mucho esfuerzo una carrera que le brindaba mejor futuro que si fuera un payaso, pero sobre todo anhelaba ser común. Dávalos quería una vida normal.

Al final el ex payasito no entró. Hizo una imagen de como sería su vida durante los primeros años de ingenierio químico y conluyó que sería imposible ser ordinario como un ex payaso venido a químico. A la gente, se dio cuenta, le parecería más ordinario y común y corriente que fuera un payasito.