Thursday, September 20, 2007

Sobre la felicidad

Jamal Batres vivía solo, completamente solo, en un pequeño apartamento que heredó de sus padres. No laboraba, vendía chicles hasta que se acordó que había estudiado Letras Españolas y consiguió un buen trabajo, aunque era algo pesado.

Jamal se había desacostumbrado a la vida laboral –de hecho nunca la tuvo (lo más cercano a ello fue la escuela y el servicio social)–, tanto que le costó gran esfuerzo encarrilarse en ella.

Era editor en un área de investigación de una empresa de innovación tecnológica y recursos humanos. Ayudaba a los investigadores a escribir, ya que estos eran pésimos. Entraba a las 7am y salía a las 6pm, de lunes a viernes. Los sábados iba sólo hasta el mediodía. Durante esas once horas laborales, a cualquier ser humano se le antojaría ir al baño a defecar. Jamal no fue excepción, pero su problema era que siempre que tenía necesidad de ir pasaba algo: alguien entraba, el baño estaba ocupado, se iba la luz, su jefe le encargaba hacer algo, etc. Así, el no tan joven Batres conoció la felicidad.

Jamal se aguantaba las ganas toda la jornada y cuando llegaba a casa iba al baño a ser feliz, esa es la verdad.

Sin embargo, a Batres le duró poco esa satisfacción porque cada vez le dolía más el estómago y aparecieron las incómodas almorranas, y otros dolores y padecimientos como el estreñimiento.

La compañía lo indemnizó con una fuerte suma de dinero y Jamal no volvió a trabajar.

Wednesday, September 12, 2007

El violinista

Norberto Ríos era un músico profesional. Era violinista.

Un domingo por la mañana Norberto esperaba a Ramiro, su fiel compañero de cámara, para ir a la sala Beethoven a ofrecer un pequeño y significativo concierto de cámara, alguna interpretación solemne del oriundo de Leipzig, Amadeus. Norberto salió ese día con prisa, llevaba su habitual traje, sus lentes con fondo de botella y su Stradivarius (regalo de su abuela, Linda Anita). Subió al coche de Ramiro Aguirre y como a la mitad del trayecto, Norberto se dio cuenta de que no traía su cartera. Buscó en todos los bolsillos de su atuendo y encontró un par de monedas de 2 pesos en el interior del saco.
Durante el concierto Norberto pensaba que sólo le hacían falta 50 centavos para alcanzar su pasaje. Sentía vergüenza de pedirle otro aventón a Ramiro, ya que éste se había ofrecido sólo a llevarlo y quizás tenía otros asuntos que hacer. De cualquier manera, pensó Norberto, esperaré a que me ofrezca un aventón, si no lo hace le pediré los 50 centavitos.
El concierto fue parecido a todos los que Ríos había hecho toda su vida, entre que insignificante y solemne. Al terminar, se acercó a Ramiro, quien se hallaba platicando con una linda mujer de cabello rojizo.

–Ah, Norberto, no voy para la casa, pero te puedo dejar en el centro, ¿cómo ves? –le dijo Ramiro.

Y Norberto Ríos aceptó.

El violinista pensaba en cómo pedirle los cincuenta centavos a su colega, pero Ramiro no dejaba de hablar de lo hermosa que la había parecido la pelirroja; así que cuando llegaron al centro, Norberto se bajó sin decir palabra. Aguirre arrancó el coche y se esfumó con la distancia.

Para ese entonces el violinista ya estaba algo preocupado, no quería caminar hasta su casa. Lo primero que hizo, mientras avanzaba hacia la calle donde pasaba la ruta que lo llevaría a casa, fue buscar una pequeña moneda dorada de cincuenta centavos en el piso. Norberto andaba por una calle empedrada y para cualquier transeúnte era llamativo verlo con la mirada gacha, además de que caminaba en zigzag para peinar bien la zona.

La calle se acercaba y Norberto no había encontrado ni una sola moneda en el piso, o en la banqueta. Desistió un poco de su empresa y pronto pensó que en el centro encontraría a alguien conocido. Pero esto era difícil porque Ríos casi no salía de su casa, salvo para conciertos o exposiciones; en realidad no hablaba con nadie y de hecho la mayoría de las personas le parecían desagradables, vulgares.

Y sucedió que enfrente de la catedral reconoció a Luis Salgado, un antiguo colega de la sinfónica de México. Luis era un virtuoso que se vestía muy bien; así lo recordaba Norberto. También era arrogante. Norberto fue decidido a saludarlo, reflexionaba en cada palabra que iba a decir y cómo iba a decirla, no quería que Luis pensara que era un pobre vagabundo pero tenía que recurrir a él porque si no caminaría hasta casa. Pensó en un buen pretexto: le robaron la billetera. Total que cuando apenas estaba a unos pasos de Salgado, una joven se interpuso entre ellos y saludó a Luis con un abrazo. Norberto quedó sacudido por la súbita aparición de la joven y lo único que hizo fue saludarlo y decirle que todo iba muy bien en su vida, luego se despidió con amabilidad.

Eso lo dijo sonrojado, la chica y Luis lo notaron, pero no dijeron nada.

Norberto no podía pedir dinero a la gente desconocida y ahora, se daba cuenta, tampoco a los conocidos. Se le hacía muy penoso y eso le hacía llorar.

Enfrente de la catedral había una banca. De nuevo Norberto se puso a pensar en soluciones ahí sentado. Cuando bajó la mirada y vio el estuche de su violín y vio que la gente pasaba por la iglesia y que se persignaba se le ocurrió la mejor idea de su vida. Se quitó el saco, lo puso en el piso, sacó su violín y se puso a tocar la melodías que más le gustaban y que más disfrutaba. La gente que pasaba le arrojó moneditas de cincuenta centavos y billetes de veinte, o monedas de 5, 10 y 2 pesos. Ni siquiera lo veían. Pero no importó porque el sonido que hacen las monedas al chocar le pareció mil veces más bonito que los aplausos.

Norberto siguió tocando en orquestas, pero desde entonces prefirió las calles.