Thursday, July 19, 2007

caos en una oficina griega (historia completa)

Angelo Tartópolous estaba encargado de ordenar, clasificar, agrupar, guardar y cuidar los expedientes de todos los escritores que habían colaborado para la editorial en la que trabajaba. Su jefe y amigo, Alexis Carountes, le proveía siempre de folders color crema que compraba en una de esas enormes tiendas de mayoreo inventadas en los Estados Unidos y Canadá.
Cerca de los primeros botones de la primavera, Alexis vio una nueva marca de folders en los inmensos anaqueles de la tienda. Estaban dentro de una caja tan luminosa, tan suave, que no dudó en escogerlos. No sólo llevaba los folders en su carrito de compras, sino también una sonrisota en la cara.
Pasó una semana... Carountes había olvidado ya los folders.
Tras esa semana el viejo Tartópolous (tenía más de 40 años) buscó un folder para archivar el expediente de un nuevo escritor, y muy famoso: se trataba de nada menos que Ujerace Godos. Cuando la secretaria le entregó un folder color azul pastel, Angelo le explicó lo siguiente:

–Mire señorita Kazanztakis, ¿ve usted todos esos archiveros? Todos, absolutamente todos, están repletos de legajos color crema. Le pido que me dé uno de color crema y usted me da uno azul.

Como la secretaria no podía entender lo que estaba sucediendo, se comunicó de inmediato con el Sr. Carountes.

–Dr. Alexis, creo que Tartópolous se ha vuelto loco, me pide, me exige que le entregue un folder de color crema para archivar a Ujerace Godos

Alexis era un hombre de mirada científica –podríamos asegurar–, para él, el mundo tenía que responder a órdenes de causas y efecto. Tras escuchar las palabras de su secretaria salió de su oficina y fue a discutir el asunto con su amigo y empleado Tartópolous.

–¿Cuál es el problema, Angelo? ¿Qué tienen de malo los nuevos folders? –Alexis, era un hombre que se caracterizaba por su paciencia.

–El color –respondió Angelo

–¿Te molesta?

–Sí, bueno, no es que me moleste, pero es diferente... los demás folders son color crema, no comprendo porque me dan uno azul si siempre he tenido crema.

Alexis le contó la historia de los folders a su amigo. Pero éste no estuvo muy convencido y con desdén dijo: "algo malo va a pasar, no debe de cambiarse el curso de las cosas"

–Usarás estos nuevos folders –le dijo su amigo y jefe.

–Prefiero renunciar.

–Entonces, nada puedo hacer, Angelo. Acepto tu renuncia. –Angelo salió para siempre de la editorial más prestigiosa de grecia.

Algunas horas después y mientras Alexis discutía con su secretaria sobre el extraño comportamiento del viejo Tartópolous, un avión boeing 777 había perdido uno de sus motores, caía en picada. Ni Kazanztakis, ni Alexis tuvieron oportunidad de comprender lo que había ocurrido, el golpe de la cabina sobre sus cuerpos los mató al instante.

Angelo Tartópolous, tras conocer la noticia, corrió con la cara llena de lágrimas al edificio o lo que quedaba de él. Algo extraño había pasado: los folders azules habían volado por el impacto y cayeron semiquemados sobre los escombros, parecían pétalos de una gran e inmensa flor. Algunos folders de los archiveros estaban completamente quemados y otros intactos. Angelo se sentó sobre un escombro que parecía archivero, mudo....

Nunca quiso moverse de ahí y no se sabe si murio de sed, hambre, sueño, o de tristeza.

Friday, July 13, 2007

sobre las ultimas horas

John Seagle se quedó como encargado del negocio de su padre durante varios meses, mientras éste viajaba por las junglas monzónicas de Maharashtra. Nada rudo para John que aún no descubría su vocación. Su empleo –era una fábrica de cartón– consistía en mantener a los clientes y de ser posible, conseguir más. Al paso de las semanas, el joven Seagle se dio cuenta de que las personas con las que trataba eran sumamente ordinarias. John Seagle sintió asco de sí mismo, él creía que estaba destinado a ser sobresaliente. Cuando regresó su padre, el Sr. Donald, estaba tan feliz de lo que había hecho su hijo, pues durante esos meses los números habían crecido notablemente, que le dejó la fábrica. Seagle hijo, confundido, continúo un par de meses más, juntó 25 mil pesos y compró la pistola con la que se mató un jueves de invierno por la mañana.

Mientras, volaban las palomas.