Thursday, October 29, 2009

La conversación de los policías que Jonás no escuchó

Poli1: No mames wey
Poli2: Sí, ca, ese pendejo tenía razón.
Poli1: Y tú para qué le sigues el juego
Poli2: No se lo seguí, we, yo estaba seguro que Mike Tyson le había ganado a Mohamed Alí
Poli1: De la Versh, ca. De la versh...
Poli2: Sí ca, pero ya dame la mano que nos está viendo.
poli1: Chale, ca.
Poli2: Sí, chingado, chale.

Friday, October 09, 2009

Jonás, los policías y otras cosas

Ya dormido, bañado y fresco, Jonás salió del hotel. Caminó por una calle de grandes edificios y cuando se topó con el de menor tamaño, dio vuelta a la izquierda para dirigirse a la Macroplaza. A su costado avanzaban los coches, los camiones y los taxis. Antes de llegar, notó que el adoquinado de las calles cercanas al palacio de gobierno tenía forma de croquetas de perro.

El calor era duro y cosa seria, ni cómo esconderse de él. Las personas que caminaban por la plaza seguían frescas y suaves. Jonás tomó asiento en una banca y observó a los paseantes con la mirada de quien busca ver un rostro en movimiento desde el reposo. Nada pasaba. Jonás estaba en un desierto, además ya casi no quedaba nada de ese desierto, pues casi todo estaba cubierto por asfalto, cemento, sillar, etc.

Caminó hacia otros edificios que desde lo lejos parecían pertenecer a personas importantes de la ciudad. Conforme se acercaba, Jonás se dio cuenta que eran más bien hoteles y que esos hoteles hospedaban a personas importantes del mundo.

De una de las puertas de estos hoteles salió una pareja de policías que avanzaba en el mismo sentido que Jonás. No pudo escuchar la conversación de estos policías mientras avanzaban, pero tras unos 20 pasos los policías se tomaron de la mano y continuaron su camino.

Aldrete de pronto recordó que algunos amigos suyos le habían dicho varias veces que Monterrey era conocida también como Montegay debido al gran auge de los homosexuales a finales de los años ochenta. Y que ese despertar era una inspiración para las demás ciudades de la república.

Jonás vio una oportunidad en ello.

Monday, October 05, 2009

23:19 pm

En el bar que está a una cuadra de mi casa entra un hombre entre los 40 años de edad. Lleva puesta una camisa Manchester blanca y unos dockers de pinzas, kakis. No se ha rasurado en tres días y ya se le puede ver más que la sombra en la quijada y la barbilla. Se sienta en la mesa 5 y Teresa lo atiende. El hombre pide un escocés sin hielo, dos onzas. Teresa le lleva el vaso, servido a la mitad, pero antes coloca un protector sobre la mesa de vidrio. Ichiro Sánchez se llama el hombre que tiene un vaso de whisky frente a él.

Pasan 42 minutos.

Ichiro permanece inmóvil.

Entra Ana de Sánchez al bar, lleva una gabardina ligera y ha dejado el paraguas en la entrada pues afuera llueve.

Ana: Estás bebiendo otra vez... No puedo creer que haya venido...
Ichiro: Ana –la sostiene del brazo–, por favor, no he tomado nada en tres meses. Por favor, siéntate. Vengo aquí todas las noches y pido la misma bebida y la misma medida, pero no la bebo, sólo la veo. Me relaja. Por favor, siéntate.

Ana se sienta. Ambos quedan en silencio por minutos. Ana saca de su bolso una foto y se la muestra a Ichiro.

Ichiro: ¿Es ella? ¿Es Natalia?
Ana: Sí...
Ichiro: Oh. ¡Es preciosa!
Ana: Sí, lo sé –sonríe–.
Ichiro: Y... sabe que existo...
Ana: Ichiro, por favor... ¿Por qué me citaste aquí, en un bar?
Ichiro: Aquí me siento bien, es el único lugar en el que me siento bien. Me gusta venir a pensar aquí, sobre mi vida, sobre mis errores, tú sabes...

Ana ve hacia la calle, indiferente.

Ana: Tus errores...

Suena el teléfono celular de Ichiro. Ana lo ve a los ojos, retándolo, pues no quiere que lo conteste. Ichiro la ve también y contesta el celular, mientras Ana decepcionada ve el vidrio de la mesa.

Ichiro: ¿Sí? ¿Qué.. lo encontraron... en dónde...? –Ichiro apunta una dirección en su servilleta– Gracias, Jorge... atraparemos a ese maldito –cuelga–.

Ana: Si te vas, no volverás a saber de ella, ni de mí... Pensé que habías cambiado en estos 10 años, pero sigues siendo el mismo egoísta de siempre.
Ichiro: Ana, por favor, debo hacer mi trabajo.
Ana: Ya te lo dije, si te vas... olvídanos para siempre.

Ichiro, toma la fotografía de Natalia y la guarda en la cartera que saca para dejar un billete de 50 pesos sobre la mesa. Con lágrimas en los ojos sale del bar. Ana sigue sentada cuando se acerca Teresa para ofrecerle café.

Ana: No, gracias, ya me voy.